
Peladeaba de nuevo hacia el Paral.lel, cuando de pronto la sombra de mi bici comenzó a alimentar la silueta del asfalto del Poble Sec. Al frente, las faldas de Montjuït, un montículo cuya ascensión tiene efectos adictivos sobre mi sistema límbico. Superé con nota la tentación de subirlo en la primera bocacalle. Pero en la segunda calle, que recibe el nombre de Nou de la Rambla, la visión de las primeras rampas de dicha montaña tuvo un efecto erótico que no supe controlar. Giré con brío la bici y adecué los piñones a la exigencia de la pendiente que me esperaba. Mientras tensaba mis músculos, una serie de sensaciones corporales inundaron mi cerebro. Sudor, piel de gallina, calentura mental, sequedad bucal…….En un alarde de sentido común, algo que no me sucede a menudo cuando me hallo sobre una bicicleta, decidí buscar un lugar donde comprar un botellín de agua. Callejeé con dicho propósito por los rincones colindantes. Finalmente atisbé una pequeña tienda cuyo perfil responde a los minisupermercados regentados por lo general por marroquíes, paquistaníes u otros ciudadanos de allende nuestras fronteras. En este caso, la única dependienta y jefa era una mujer marroquí entrada en años así como en carnes, que respondía al nombre de Fátima. La tienda era profunda, colorida, sorprendente, con abundante munición de latas de conserva, sobres de sopas, especias variadas, yogures desnatados, champués anticaspa, pilas baratas, melones algo maduros, plátanos oxidados, helados, vinos variopintos, vozcas rusos

Coloqué la bicicleta en la puerta exterior y me adentré en la cueva multiusos de Fátima. Con un ademán turbado por el sudor y la sed acuciante, me dirigí a Fátima sacando un euro y medio del bolsillo. Por favor, me daría una botella fría de agua pequeña ? Dónde vas tan sudado ? espetó Fátima. Pues he estado un rato callejeando con la cámara, y me dispongo a subir la montaña, contesté. Fátima asintió con interés. Tras quedarse pensativa un momento, me sugirió que cogiera una botella grande, bebiera lo que quisiera, y que ella me la guardaba para cuando bajara la montaña. Así te saldrá más barato, comentó sabiamente. Además, te puedo guardar la cámara, que seguro que te molesta, me sugirió con una inusitada amabilidad. De repente, sin percatarme, estaba relatando a Fátima mi proyecto de las caras graffiteras (le enseñé algunas caras captadas esa mañana, por cierto), así como departiendo con ella sobre la vida y la muerte como si la conociera de toda la vida. Esta sensación, que es una de las que más me hace disfrutar en esta vida, se llama “entrañabilidad”. Consiste en establecer lazos emocionales y desarrollar una confianza mutua en un corto espacio de tiempo con una persona que no concoces de nada. Y sucedió con Fátima. Vaya si sucedió. Tras beber abundante líquido elemento y llenar el botellín de la bici, dejé la cámara y el resto de la botella sobre la balanza y me despedí momentáneamente de Fátima camino de la montaña olímpica. Ten cuidado al bajar, que los coches están locos !! me gritó Fátima mientras mi pesado cuerpo se alejaba lentamente sobre mi bicicleta azul….
La subida fue decente, aceptable diría yo. Sin duda, la capacidad de hidratarme cada cierto tiempo mejoró mis prestaciones físicas. Además, saber que volvería a la tienda y me tomaría un agua fresquita y un par de plátanos charlando con mi nueva amiga me parecía un plan sugerente. A los 30 minutos ya estaba allí otra vez, en la guarida de Fátima. Entré con brío y confianza y nos cruzamos una sonrisa de complicidad evidente. Siéntate en la silla de la entrada, sugirió Fátima. Ahora te traigo el agua y unas piezas de fruta que te van a encantar, que debes estar cansado. Y allí estaba yo, yaciendo en un cómodo aposento, a la sombra, ingieriendo agua fresquita, un plátano más que sabroso y un melocotón de los de antes. WOW…esto es vida, pensé. Estas actividades se aderezaban con una amena y sincera conversación con Fátima sobre su país, el mío, la crisis, los médicos, su maltrecha rodilla, el Tour de Francia, sus nietos, mi mujer, el tiempo, las frutas de antes, los tomates de Lleida, el cuscus, su balanza, mi pancha, los sábados por la mañana y de nuevo el tiempo. Bueno, es hora que me vaya, Fátima. Te prometo que cuando vaya en bici los sábados pasaré a saludarte.
Y así lo he hecho desde entonces. Si ya me encantaban mis paseos matutinos los sábados, el visitar a Fátima se ha convertido en un culto para mí. Durante este tiempo me he percatado que es una verdadera líder y servidora del barrio. La gente sencilla del Poble Sec, que suele ser sabia, confía ciegamente en ella. Le dejan llaves, recados, cuentas a deber, objetos variados y le cuentan historias para no dormir. Incluso una señora le dejó a su niño por un rato para que se entretuviera. En fin, conocer a Fátima es un hallazgo que no voy a desaprovechar, pues la edad me ha enseñado que las oportunidades hay que verlas y cogerlas al vuelo. Y no se me ocurre nada mejor para los sábados por la mañana que hacerle una visitita a Fátima. Y a vosotros ?