Fue un día típico del curro. Ducha veloz, bici + iPod por el Eixample, bocata discreto de jamón y queso, y un delicioso café con leche. Tres euros y una sonrisa. Una hora de ordenardor con el inbox a parir. Respuestas inconexas a e-mails que asaltan mi pantalla desde todos los albores del mundo. Enfermeras, residentes, familiares y muchas ganas de curar y reparar el dolor que causa el hígado, un justiciero impacable. Vuelta a la oficina, diez e-mails más. Comida en el mercado. Conversaciones livianas y un par de ironías con los lugareños del Bar Leandro, un templo de los barceloneses de a pie, de los auténticos. Vuelta al Hospital y repaso de los avatares del día con los resis. Decisiones, dudas. Algunos ánimos y un hasta mañana. Vuelta a la oficina, y dos horas más de quehacer desaliñado. Neuronas cansinas y mirada absorta. Ya está. Mañana más.
Me encamino a la vía pública cuando mi amigo Manu me llama y me ofrece una buena oferta: paseo y Coca Cola Zero en terracita del Eixample. Hace buena tarde y acepto encantado. Nos encontramos y paseamos absortos por una calle elegida al azar, según nos marca el destino. Detectamos al unísono una terraza apetecible y una mesa libre. Una presa fácil. Nos sentamos. Mientras Manu me habla de algunos temores mundanos, observo a un tipo sentado en la mesa adyacente. Mediana edad, pelo ralo y corto, traje gris de etiqueta, gemelos, corbata chillona, mirada altiva y con un aire de distinción del que quiere y no puede. Mi intuición, que suele ser infalible los días impares, me dice que el tipo no es de fiar. A eso que el tipo se levanta y se dirige a la barra del bar. Manu sigue. Hoy lo veo con un tono un poco bajo. El conflicto con su jefe se ha enquistado, comenta con cierta resignación. Tranqui que todo se arreglará, le espeto. Deja que el tiempo se haga cargo del fin, como dice el gran Pablo Milanés. Quizás tienes razón, replica Manu. El tipo vuelve del bar con varios objetos de origen alimentario en sus torpes manos. A saber: un café con leche, una Coca-Cola, un curasán y una porción de una Pizza cuatro quesos. Vaya combinación más extraña, pienso. Además, los lleva con una evidente falta de coordinación. Pasó lo que estaba escrito. La pizza, en una inesperada pirueta, salta sobre el café con leche y vuela sobre el asfalto pegajoso del Eixample barcelonés. No es menester que os diga por donde cae el manjar. Murphy nunca falla en estos casos. Por el lado de los cuatro quesos. Hago un ademán empático de solidaridad algo falso, para ser sincero. El tipo me mira y me dirije una mirada sarcástica con cierta sorna añadida. Recoge la pizza, la coloca sobre su lecho y se sienta tan pancho en su silla para ingerir el café con leche y el curasán.
Me centro de nuevo en Manu. Cambiamos de tema. No más confictos laborales. Me aburren. Están sobrevalorados. Hablamos de temas más mundanos, ligeros, irreverentes. Nos los detallo pues no vienen al caso. Mientras suspiro con una inspiración reparadora, se aproxima a la terraza una mujer a paso ligero, traje ceñido y carnes prietas. La vestimenta es de color verde chillón, con texturas brillantes y aderezos de un dudoso gusto. Los zapatos son sonoros, altos y exhuberantes. La mujer tiene una mirada insegura y rasgos gatunos. Es atractiva pero no es mi tipo, pienso de manera furtiva. Para mi sorpresa, la mujer se detiene en la mesa del tipo de al lado. Vaya por Dios, pienso. En un acto de cotilla que no me honra, me fijo como se saludan el tipo y la nueva inquilina de la terraza. Se besan brevemente mientras el tipo me mira como el que muestra un trofeo de caza.
A todo esto, Manu me hace un ademán de marchar. Hoy le toca hablar a él y no tiene más temas. Yo hoy estoy contemplativo y poco parlanchín. Es raro pero a veces me pasa. Pagamos una cuenta poco cuantiosa y nos evantamos al unísono, con ganas de dirigirnos a nuestra moradas. Yo me voy para abajo, indico a Manu. Vale, nos vemos mañana, me espeta mientras golpea de forma cariñosa mi escápula. Me giro y empiezo mi cansina marcha. Cogeré una bici, me digo mientras observo el cielo ya oscuro con trazas de un azul agonizante. Súbitamente giro mi anatomía para atisbar por última vez el tipo y su flamante chica. No me lo puedo creer !! La chica se está comiendo la pizza !! La misma que alimentaba con su delicioso queso fundido el sucio asfalto de la calle Urgell. Cómo puede ser tan ruin el tipo ? Sabía que no era trigo limpo y no estaba errado. En un acto reflejo, me acerco medio metro al chaval, y sin que ella se percate, me golpeo mi mejilla lanzándole un diáfano mensaje: vaya morro tienes !! Ante mi espontánea protesta, el tipo, ni corto ni perezoso, coordina sus dedos pulgar e índice de su mano derecha y me indica de forma evidente: "no quería gastarme un par de eurillos pidiendo una nueva pizza".
Maldita crisis…..