domingo, 3 de abril de 2011

Sobre la crítica y la intolerancia


Cada vez valoro más las personas constructivas e integradoras. No buscan ni se recrean en las diferencias ni en las limitaciones o defectos de los demás. Más bien se centran en lo que une, lo que facilita, lo que suaviza las rugosidades de las relaciones humanas. Son gente fundamental para limar asperezas y poder funcionar a nivel del curro, la familia y el círculo de amigos.

No sé porqué, pero cada día me distancio más de los criticadores profesionales o "rajadores", de los que se ceban de las debilidades de los demás, de los que disienten de manera constante con su entorno. En ocasiones, cuando me enfrento a una perorata prolongada de una persona así, le pregunto: y tú qué propones ? Suelen entonces bajar el tono y esquivar la pregunta....

Creo que una crítica razonable es sana y necesaria, empezando por un mismo. Identifica los aspectos mejorables de las personas y circunstancias y establece los argumentos diagnósticos necesarios para avanzar y progresar en ellas. Cuando propones una crítica de cualquier tipo de forma abierta a una persona, suelo aconsejar que hay 3 cosas que debes hacer al unísono. Primero, destacar algún aspecto positivo de la persona, que siempre los hay. Segundo, no criticar la persona en sí, sino el hecho en concreto o el patrón conductual que ha motivado tu queja (jamás se debe decir: "tú eres un/una.....", sino más bien describir el los hechos de una manera ecuánime). Y en tercer lugar, haber pensado y proponer soluciones o métodos alternativos para mejorar la disfunción a la que te refieres.

En una sociedad multicultural y multireligiosa como la actual, ha aparecido un nuevo tipo de crítica que está haciendo mella en la gente joven: el rechazo sistemático a un colectivo cultural, social o religioso distinto al de uno. Se trata de despreciar de manera global, exagerada y en ocasiones violenta a todo un colectivo. Suele estigmatizarse dicho colectivo con la conducta de unos pocos, y generalizar una opinión negativa, sin paliativos ni matices. En ocasiones, este estado de hipercrítica feroz es salvajemente agresiva y es motivo de
exclusión, violencia y disturbios. Los cabecillas de estos movimientos xenófobos son en ocasiones líderes religiosos, sociales o políticos, a los que siguen personas débiles que se nutren del odio ajeno.

Pues bien, para que veais que esta descripción no es exagerada, esta semana hemos sido testigos de un acto de intolerancia y odio extremo por parte de un pastor americano, Terry Jones, que finalmente cumplió su vieja promesa de quemar El Corán en su Iglesia (foto), además de anunciar que llevará a juicio a Mahoma (¿?). Que este chalado tiene rasgos psicópatas es evidente sólo con visualizar su fenotipo facial (foto). Lo malo es que su odiosa actitud ha alimentado a los violentos más susceptibles del mundo árabe, que se han apresurado a mostrar su ira matando a más de una docena de civiles de la ONU en Afganistán.

Sé que pensarás que te he presentado un caso extremo de odio irracional, como manifestación última de la intolerancia humana. Pero piensa que el caso es real como la vida misma. En ocasiones veo a compatriotas hablar de colectivos de otra cultura o raza con desprecio, generalizando aspectos negativos y alimentando la desconfianza y el rechazo. Como ejemplo del mundo árabe, te diré que en una reciente visita a Marruecos tuve algunas anécdotas de su gran calidad humana que te detallaré en un post (lo prometo). Asimismo, te pondré el ejemplo de una señora berebere del desierto de Túnez que me brindó la sonrisa más clara, pura, bondadosa y veraz que hasta la fecha he recibido de humano alguno. Mira la foto y asiente.