jueves, 5 de junio de 2008

Sucedió un viernes

Sucedió un viernes. Un viernes tonto, diría yo. De esos viernes por la tarde en los que el acúmulo semanal de ácido láctico ha acabado por minar mi resistencia física, y por ende la psíquica. Ese tipo de viernes intento limitar mi vida social a los amigos íntimos, esos que no se molestan si te quedas dormido en el sofá de su casa. Yo por suerte tengo varios amigos de esos. Recuerdo que aquel viernes recibí una oferta lúdica de mi amigo Oli. Consistía en ir al cine y ver la peli de Javier Bardem (No country for Old Men). Aunque ya había visto la cinta, pensé que era una gran idea. Seguro que percibiría detalles nuevos de la película, y además el cine-forum posterior con Oli suele ser delicioso. Yo por entonces estaba recién operado y todavía requería silla de ruedas. Ya me había acostumbrado a salir con ella, y mis amigos habían adquirido una destreza admirable en el manejo urbano de la silla. Además, salir por la ciudad una noche y atisbar las tribus urbanitas desde una silla de ruedas no deja de ser una experiencia interesante. Quedé con Oli sobre las 9 en una tienda donde vendían productos multiculturales y exóticos muy atractivos. Y como era de esperar, nos quedamos absortos en la tienda por un buen rato. Pasan ya de las 9 y media, espetó Oli. Es verdad, asentí. Nos dispusimos pues a corretear por las calles oscuras de Gracia camino de la sala de cine. Como quedaban todavía 20 minutos, decidimos cenar raudos un bocadillo en un bar exquisito que servía productos mediterráneos frescos de primera calidad. De hecho, los bares de alrededor presentaban un aspecto solitario y depresivo, mientras que nuestro bar estaba atestado de hambrientos ciudadanos. Mientras esperábamos, nuestras glándulas salivares recibieron numerosos estímulos ópticos y olfatorios difíciles de resistir. Quesos, embutidos variados, tortillas de diversa índole, verduras frescas, carnes magras, cócteles imaginativos…..Oli pidió un bocata de pimientos fritos, animado sin duda por la calidad evidente de los productos frescos que allí servían. Yo fui más prudente y pedí un clásico lomo con queso. Para nuestra desgracia, el camarero iba sirviendo toda clase de bocadillos, que a menudo circulaban a pocos centímetros de nuestra boca. Pero nunca llegaban los nuestros. Impacientes, nos percatamos que quedaban 5 minutos para el inicio de la película, y que no podíamos esperar. ¿ Pero quién se resistiría a irse sin cenar tras ser estimulado de manera cruel por bocatas de los de antes, de esos de verdad ? Yo no, al menos. Sabiamente, Oli decidió adentrarse en el gentío y conseguir los bocatas convenientemente presentados con un papel de aluminio Albal. A los 3 minutos, Olí apareció cual ave Fénix con los dos bocatas y dos latas de Coca-Cola. Vamos, una cena típica de adolescentes con poca prestancia económica. Colocó con mimo los dos bocatas en la parte inferior de la silla de ruedas, y se apresuró a empujarme dirección al cine. Fueron sólo 50 metros. Pero sobraron para percatarme que los pimientos fritos no eran frescos: los acababan de recolectar esa misma mañana. El olor a pimiento frito conquistó la calle Bailén de una manera contundente. Por momentos, mi boca se inundó de una saliva ávida por digerir mi lomo con queso, mientras la silla de ruedas desprendía el olor embriagador a pimiento frito……

Entramos raudos en el cine. Era una sala antigua, algo descuidada y de enormes dimensiones. Sorprendentemente, había pocos espectadores. Unas diez parejas, diría yo. Estaban situadas de manera dispersa por la enorme sala, sin duda buscando cierta dosis de intimidad. De repente, atisbamos un lugar ideal para estirar mi pierna inmovilizada: había un lugar donde faltaba la silla, por lo que me sería muy cómodo sentarme en el asiento de atrás. Por desgracia, había dos parejas muy cercanas a dicho puesto. Nos sentamos sigilosamente, pues ya estaban pasando anuncios y no queríamos molestar al personal. Sin pensarlo, decidimos iniciar la ingesta de los deseados bocatas. Me sentí un poco primitivo llegando al cine y, cual picnic dominguero, empezar a abrir latas de Coca-Cola y a desnudar los bocatas del papel de plata. Pero qué se le va a hacer, pensé. Eran las circustancias, y había que respetarlas. De repente, sucedió algo imprevisto. Oli abrió su bocata de pimientos fritos. Un olor embadurnante y de una intensidad inusitada a pimiento frito golpeó mis sentidos. La primera sensación era realmente escandalosa, casi un delito. No pensaba que una verdura frita pudiera desprender un olor tan puro y penetrante. Oli y yo nos miramos absortos, sin capacidad de reacción. Tras unos momentos, Oli tomó la decision más acertada de su vida: apresurarse a comer el bocata para hacer desaparecer el hedor lo antes posible. Pero antes de que pudiera ejecutar tal deseo, las dos parejas sentadas a nuestra vera abandonaron despavoridos su asiento y se alejaron para situarse en el punto más lejano posible de nosotros o, mejor dicho, del susodicho bocata de pimientos…

Mientras era testigo de tamaña vergüenza, imaginé la cara que habrían puesto nuestros vecinos cinéfilos. Una semana dura, llena de sinsabores. La ilusión de ir el viernes al cine con tu pareja con el fin de disfrutar de un espectáculo tranquilo y reparador. Y, de repente, una pareja de impresentables que se sientan enfrente y, tras molestar con el ruido de las latas y del papel del plata, desprenden un hedor asesino a pimiento frito. Me los imaginaba pensando: ¿qué he hecho yo para merecer esto? Mientras lo pensaba, empezé a reir, y a a reir, y a reir…hasta que la risa se hizo sonora, entrecortada, sin freno. Un ataque de risa en toda regla, de esos que te provocan complicaciones asociadas que todos conocemos, incluida la tos y el dolor muscular generalizado. Oli, como no podía ser menos, se contagió de la risa con un mimetismo que agradezco. Y así reimos sin parar durante minutos. De repente, Javier Bardem se dispuso a analiquilar a su primera víctima, y la risa se esfumó de golpe. Para entonces, el pimiento frito caminaba ya hacia su degradación por las entrañas de Oli…..




5 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay, Ramón, no sabes cómo me alegraste la mañana con esta historia, me los imaginé sentandos partiéndose de risa y me reí también como una tonta por mucho rato! Jaja, estas son las cosas que definitivamente hacen que las vida valga la pena.
Un abrazo, amigo! Y que vivan las bocatas de pimientos fritos! =)

Patzchka :)

Anónimo dijo...

Era un bocata de lomo con pimiento, pero como sucede en algunas películas, el actor secundario superó al protagonista. El lomo no convenció, pero el pimiento cautivó toda la sala... Al igual que Bardem, espectacular.

Anónimo dijo...

Pero vamos aver guañón, ¿y el régimen?, ya estamos otra vez igual que en los últimos 15 años. ¿Qué ha sido de esos 55 kg. en montaña? ...

jmmr dijo...

Sencillamente magistral:

"Oli, como no podía ser menos, se contagió de la risa con un mimetismo que agradezco. Y así reimos sin parar durante minutos. De repente, Javier Bardem se dispuso a analiquilar a su primera víctima y la risa se esfumó de golpe. Para entonces, el pimiento frito caminaba ya hacia su degradación por las entrañas de Oli…"

Tenemos ya dos relatos cortos que pugnan por un instante de gloria: "El chorizo y el segurata" y, ahora "Bardem o pimientos fritos verdes".

Seguimos atentos a este blog.

Anónimo dijo...

Ramón, he caido en la tentación de leer este cuento despues que me lo contara Oli.... realmente me he vuelto a reir muchisimo!! puedo imaginarlos a los dos y a ese peazo de bocata!
muy divertido tu blog,
un beso grande, Ann