Ayer fue un día intenso. Me levanté a las 6 y media de la mañana para adecentarme, colocarme una corbata a juego con la camisa beige, y acudir raudo al aeorpuerto camino de Bilbao, donde formaba parte del tribunal de una Tesis Doctoral. He de confesar que las Tesis Doctorales me apasionan desde el punto de vista sociológico, más que por su vertiente puramente científica. Me explicaré. Tras atender con atención y rigor la exposición y discusión del interesante tema de investigación, y aprobar con buena nota el ímprobo esfuerzo del doctorando, fui a dar la enhorabuena a su familia. Desde el punto de vista humano, la actitud de la familia del doctorando es uno de los aspectos más interesantes de las Tesis. En especial en el caso de los biólogos, que suelen ser gente sencilla y entrañable. Al entrar en la sala, sueles recibir una mirada fría y acusadora de la madre del doctorando, y en ocasiones hasta de su abuela. En ese momento te ven como un peligro con corbata, un ser despiadado capaz de poner en tela de juicio la valía y el sacrificio del niño mimado de la familia, que por otra parte suele rondar la treintena. Me gusta regodearme mirando la cara de la madre cuando algún miembro del Tribunal hace preguntas exigentes al doctorando, poniéndolo en aprietos. La madre, que no suele entender el contenido técnico de las pregunta, capta diáfanamente la agresión emocional y cognitiva a la que están sometiendo a su niño. Si tuviera a mano mi cámara Nikon, captaría la mirada asesina de la madre para que viérais a lo que me refiero. Es genial. En esta ocasión no sucedió esta situación, debido a la solvencia y comodidad del doctorando respondiendo a bote pronto todas y cada una de las preguntas.
Una vez aprobada la Tesis y tras el pertinente aplauso emocionado, me dirigí como de costumbre a la familia del doctorando para felicitarla. Ni un nacimiento, ni una boda, ni nada. La satisfacción de la madre ante la Tesis de su niño no tiene parangón. Si has sido amable en tu turno de preguntas, algo que suelo cuidar en mis intervenciones, te conviertes en un benefactor y un ídolo para la familia. En esta ocasión intenté dar la mano a la madre, pero ella se abalanzó a besar mis mejillas con signos de amor infinito. Además, le espeté: su niño parace muy buen chico. Aquello suposo un chute de orgullo materno de considerables dimensiones. Y es que era verdad, caray...el chaval parecía que se vestía por los pies, y eso es algo que se capta en una Tesis. En fin, tras despedirme de la emocionada familia, me dirigí como es costumbre con los otros miembros del Tribunal a la deseada comida "de trabajo". En el caso del País Vasco, las expectativas culinarias suelen ser muy altas, pues es bien conocido su pericia para alimentar estómagos. Y vaya si no me defraudaron. Unos entrantes exquisitos y variados, taquitos de salmón con salsa verde, y una chuleta en su punto regada con un Rioja de bandera. Uff....Vaya comilona. Como suele pasarme cuando el camarero llena mi copa de vino con destreza y solicitud, suelo acabar algo tocado de mis esferas cerebrales más básicas. Cuando pensé que la cosa no llegaría a más, el camarero llegó con una botella helada de licor de hierbas y la depositó a un palmo de mis narices. Y así acabé. Gracias a que todavía requiero una muleta para andar pude mantener mi equilibrio y mi dignidad camino al aeropuerto. Para ser sincero, reconoceré que iba cocidito. Mi estado lamentable me ayudó a sobrellevar el viaje. De hecho, me deperté pensando que estábamos despegando y en relidad era el aterrizaje. Qué bien, pensé.....
Tras ir a mi oficina a trabajar un par de horas, cogí un taxi y llegué a casa bien entrada la noche con un aspecto recuperado y un aliento que apenas delataba signos de la opípara comida. Tras ver una interesante película de vídeo, me puse una camiseta trapera que gané años atrás en la Volta a Pau en Valencia y me metí en la cama. Mis piernas estaban doloridas y mi cabeza estaba quejosa de tanta marcha. De repente, sonó con fuerza el teléfono. Vaya horas, pensé. Será algún familiar americano que no se ha percatado del cambio horario. Hola, soy Patricia, respondió una voz femenina en medio del alborozo de un bar. Eres Ramón?, preguntó. He encontrado tu cartera en un taxi y tengo todos tus documentos, tarjetas de crédito, etc...Vaya tela, pensé. Estamos cenando aquí en el Born y nos queda el postre, comentó Patricia. Ahora mismo voy, dije. Raudo, me puse una gabardina sobre mi camiseta deshilachada y corrí a la calle a coger un Taxi dirección al Born. Entré nervioso al restaurante, que era por otra parte de un diseño cuidado y vistoso. ¿ Qué desea ?, me dijo una camarera. Estoy buscando......a, ¿ usted es el de la cartera, no? En pocos seguntos allí estaba yo, frente a una amplia mesa donde charlaban alegremente un grupo de amigos (ver foto sacada con el móvil). Perdón, Patricia ? Sí, soy yo, espetó una guapa morena con cara de satisfacción. Gracias !!, dije algo avergonzado. Pues aquí está tu cartera.....con todito drentro. WOW, que buen golpe de suerte he tenido esta noche, pensé. Tras los agradecimientos de rigor, me disponía a marcharme, cuando Clemens, un simpático chaval alemán, me comento: tú eres médico, no? El caso que que había entrado mi nombre en Google en su teléfono móvil y ya sabía los trazos más relevantes de mi biografía....y en eso, sin darme cuenta, me invitaron a sentarme y departí amigablemente con ellos por más de una hora, actividad que incluyó un sabroso poleo-menta. Nos reímos con alevosía de mi despiste y su acción altruista. Realmente los momentos inesperados en la vida suele ser cuando mejor te lo pasas, y ésta era una buena prueba. Me devuelven la cartera y me invitan a una infusión. Todavía queda buena gente, pensé. A todo esto, apareció el camamero con la misma botella de licor de hierbas de Bilbao, con todo su frescor y sugerente aroma. Quieres un poco?, me preguntaron. Tras dudar un instante, dije: no gracias, será mejor que me vaya. Mi mujer debe estar preocupada......
sábado, 24 de enero de 2009
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1 comentario:
Los que te conocemos somos capaces de imaginar, con bastante acierto, la expresión de tu cara y el gesto para cada una de las peripecias de lo que nos relatas.
Es como si te viera en directo: en el Tribunal de la tesis, escudriñando la psique del doctorando y su madre; en tu vuelo de vuelta con las peculiares circunstancias que lo envuelven para que se hiciera tan corto; Y, el remate final, en la recogida de la cartera, a la tantas, confraternizando con toda la peña.
Genial es poco ¿Será este tu mejor relato?
Josep Maria
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