Creo que en los dos últimos años la mayoría de los ciudadanos hemos hecho un máster en economía aplicada a las finanzas. Que si hipotecas basura, primas de riesgo, agencias de “rating”, triple A, eurobonos, etc. Cada días las noticias nos bombardean con tecnicismos económicos de difícil interpretación. A pesar de su complejidad, me la impresión que la mayoría de los mortales hemos captado la génesis u origen del desaguisado global en el que estamos sumidos. Yo lo definiría con tres palabras: especulación, cortoplacismo y desregulación. En palabras llanas, la peña se vino arriba y no encontró límites para la codicia.
El manejo inteligente del dinero y las finanzas que se generan en la economía productiva puede ser útil para rentabilizar las ganancias, apostar por nuevas iniciativas y dinamizar el tejido productivo de un país. El problema es cuando los que manejan dichas finanzas no tienen frenos e ingenian mil argucias para lucrarse más allá de lo razonable. La economía se calienta de manera artificial, sin un fondo productivo que la sostenga, y antes o después la situación explota. Si en algún país estos hechos han sido diáfanos ha sido en España. Crecíamos mucho más que Europa, pero a base de especular con un solo bien básico: la vivienda. Conozco gente poco exitosa profesionalmente que encontró en la especulación inmobiliaria la oportunidad perfecta para lucrarse de manera eficaz y veloz. Y así nos fue.
He de confesar que aunque considero lícito que una persona se gane la vida cómodamente a base de su trabajo -faltaría más-, siempre me han dado cierto reparo las personas que tienen como exclusivo objetivo profesional hacer pasta gansa. Sus estrategias no están encaminadas a dar un servicio aceptable o a desarrollar productos fiables y útiles, y por ende ganar un buen dinero. No. Su estrategias se dirigen a optimizar la manera de ganar la mayor cantidad de dinero lo más rápido posible. Todo se supedita a este objetivo, que desplaza y minimiza lo demás. La sociedad, aunque debe respetar lo máximo posible la libertad individual y debe facilitar la tarea de personas emprendedoras, ha de dotarse también de métodos que eviten el abuso especulativo de los que sólo les importa lucrarse. Este fue uno de las debilidades del sistema. Quizás hayamos aprendido la lección, o al menos eso espero.
Mientras la economía estaba recalentada en España, y miles de trabajadores curraban sin cesar por construir más edificios, casas e incluso aeropuertos inservibles, las arcas del Estado, que gozaban de buena salud, se gastaron en dar numerosas prestaciones de diverso índole a los ciudadanos. Las autoridades no predijeron que ese boom era pasajero, y además se gastó dinero público con poca mesura, tino, contención y sostenibilidad (ejemplo, dar 5 millones de euros de dinero público a la empresa Noós para organizar un par de cursos sobre turismo y deporte, que para más inri no se gastaron para este objetivo). Cuando la situación financiera explotó y los ingresos del Estado disminuyeron de una manera impecable, la deuda subió como la espuma, y en el caso de España, totalmente focalizada en el negocio de la construcción, la peña se fue masivamente al paro. Y aquí nos hallamos de nuevo a merced de los hombres y compañías de financias: el manejo y financiación de la deuda por parte de los llamados “mercados” tienen ahora un inusitado poder para encarecer los intereses de la deuda e influir sobre las decisiones políticas y sociales de los gobiernos. Una situación paradójica, pues el mundillo que causó en gran parte la crisis, ahora domina con mano de hierro a sus víctimas. No está mal la jugada. Pero nos han prestado el dinero y ahora tienen el poder. Si no debiéramos tanta pasta y hubiéramos gastado los recursos de manera más razonable en el pasado, los “mercados” no tendrían la fuerza desmedida que poseen en la actualidad.
Bueno, en la situación que estamos, en mi opinión hay dos objetivos fundamentales: favorecer la formación de empleo --en especial en actividades productivas- y evitar que el Estado de endeude más, eliminando los gastos superfluos y prescindibles y optimizando lo máximo posible el gasto en conceptos básicos. Sobre cómo conseguir empleo, la verdad es que no tengo conocimientos suficientes. Al menos espero que los bancos rescatados den créditos a pequeñas empresas. Si no, para qué diantre se rescataron ? Sobre el segundo tema, de cómo “recortar” el gasto público de la manera menos lesiva a los ciudadanos, sobre todos los más desfavorecidos, tengo una opinión bien formada. Es la que sigue.
En primer lugar, dividiría el tipo de gastos de más a menos relevantes en: imprescindibles, prioritarios, importantes, prescindibles y superfluos.
Ejemplos:
- Imprescindibles: sanidad y protección al enfermo crónico/minusválido.
- Prioritario: educación y pensiones.
- Importantes: infraestructuras, investigación, comunicación y cultura.
- Prescindible: palacios, monumentos.
- Superfluos: espectáculos recreacionales y deportes de élite.
Lógicamente, los verdaderos recortes deberían hacerse en los dos últimos apartados, rebajar los gastos importantes y “gestionar” mucho mejor los imprescindibles y prioritarios. Yo, que me he dedicado 20 años a la medicina pública y la conozco bien, creo que se puede gestionar de manera mucho más eficaz para que sea sostenible, sin necesidad de cerrar centros.
Qué se ha hecho ? En muchos casos, en Catalunya se ha empezado por recortar gastos imprescindibles y prioritarios, sin intentar primero mejorar la gestión de los mismos de una manera muy enérgica. Se han cerrado quirófanos y muchos pequeños centros a los pocos meses de ser elegidos para gobernar. Pero el año que viene la Fórmula 1 se sigue haciendo en Catalunya y el Gobern se reúne y trabaja en el lujosísimo Palau de la Generalitat. Antes de cerrar un centro hospitalario, que se trasladen a un moderno edificio de oficinas. Bueno, y de Valencia no hablemos. Cierran medio dentro de investigación y siguen siendo el paraíso de eventos deportivos de lujo.
En fin, en este asunto, como muchos otros en la vida, es cuestión de prioridades.