Desde
hace casi dos años acudo religiosamente a mi cita en la consulta externa del
Hospital donde trabajo, en el verde estado de Carolina del Norte. Hace unos
meses me ocurrió algo que jamás antes había experimentado en mi dilatados 21
años que llevo como médico. Os cuento.
Sucedió
un jueves cualquiera. Era una mañana plomiza y cálida, con una humedad que
rayaba lo inmoral. Acudí raudo -capuchino en mano- hacia la clínica, tras
responder a un mensaje de Linda, una rolliza enfermera que destaca por su
excelente humor matutino. Llegué ciertamente sudado a la consulta, fruto no sólo
del clima, sino de la obligada corbata y del peso de una bata de mil quilates. “Hoy
tienes 5 primeras visitas”, espetó Rose, la secretaria que recibe a los
enfermos a pie de mostrador. Creo que el primero no ha venido, avisó con sarna.
Es algo habitual cuando tratas enfermos con enfermedades digamos que
autoinflingidas, como es la cirrosis debida al alcohol o a la obesidad.
Entiendo a veces que, a pesar de la gravedad, no son capaces de acudir para
aguantar la perorata del galeno acusador. Esperé pues revisando mi e-mail
durante media hora…..hasta que se abrió la pesada puerta. “Ya tienes un enfermo
en el despacho 15, me avisó Linda con un tono vigorizante”. Voy pallá, le dije
lógicamente en inglés (creo que dije algo así como “coming !!”)
Os repasaré
someramente la historia del paciente. Se trataba digamos que Michael, un señor
de unos 60 años, con múltiples enfermedades debilitantes. A saber: obesidad,
cirrosis, dependencia al alcohol, diabetes, artropatía degenerativa con
prótesis de rodilla pendiente de reemplazar por infección crónica y anemia
crónica por pérdidas digestivas. Casi nada. Me dirigí a la habitación con un
aire ilusionante. Y es que me encantan los enfermos sureños, por le general
campesinos, que son los que mayoritariamente pueblan mi consulta. Son
sencillos, nobles, agradecidos y cariñosos. Y suelen seguir mis indicaciones en
mayor medida que los españoles. He de confesar que hasta ahora ha sido mi más
grata sorpresa en mi periplo americano.
Entré en
el despacho y allí estaba mi paciente. Michael era un hombre amplio, pálido,
lento en sus ademanes, gentil en su expresión. Estaba sentado y se ayudaba de
un elegante gayato, que ya formaba parte de su anatomía vital. Tras saludarlo
brevemente, le hice unas preguntas de rigor sobre sus antecedentes, la
medicación......en fin, un poco de historia clínica nunca viene mal. Pronto me
percaté que la vida de Michael no era dura, sino durísima. Abandonado por su
familia debido a su hábito descuidado con la bebida, había ganado numerosos
kilos en su ya generosa anatomía, tras quedar muy limitado por la operación de rodilla.
El dolor de la prótesis infectada se había hecho insoportable, y sólo le
calmaba su pesar un buen Malt Whisky y los opiáceos que tomaba a doquier.
A pesar
de la dura realidad del paciente, había algo que me hizo intuir que en el
fondo, Michael era un tipo interesante y divertido. Y que debía ser afable y buen conversador. A
pesar de que su soledad, de sus adicciones, de su mal fario, algo me hacía intuir que este tipo tenia chispa. Que recuperarla era clave para su
salud mental y física…que suelen ir a la par en muchos casos.
Y así, mientras debatíamos la dieta hipocalórica que debía seguir el
paciente…..calle un segundo, miré al paciente en un ataque de
empatía y me apresure a decirle: “Michael, tú eres un tipo cool y no lo sabes. Lo que debes hacer es
afeitarte, ponerte una buena camisa y ligarte a una buena mujer en tu
pueblo….eso es lo que necesitas”. Tras
soltarte este consejo espontáneo, mas típico de un amiguete que de
un médico, se hizo un silencio de unos 5 segundos, que pareció eterno. Michael se había quedado estupefacto, sin palabras, sin
defensa. Me dio la impresión que su cerebro intentaba procesar el inesperado comentario.
Me miro fijamente, y dijo: “que soy soy cool
? Jajajajajajajaj” (se rió a carcajadas de manera sonora).
“Eso sí que es bueno…me lo dice en serio, doctor ?” Sí, asentí
con asertividad. Jajaja, rió él. Jajajja, reí yo. Jajajaja, rió él.
Jajajajajajaja, reí yo. Y así, sucesivamente nos íbamos
partiendo de risa sin poder evitarlo. En otras palabras, tuve el primer ataque de risa
que jamás he tenido en mi vida con un
paciente. Literalmente, estuvimos 5 minutos riendo sin parar. A Michael le
entraba asma de tanto reir, y a mi me dolía el estómago……….…pero no podíamos parar. Y mira que lo intentábamos. Pero cada
vez que conseguíamos serenarnos, él me mostraba su maltrecha
anatomía y me decía: de verdad que soy cool
? Y más risas….
De
repente, Linda entró despavorida a la habitación,
pensando que los ruidos humanos que de ella manaban se debían a una emergencia
médica…..”No te preocupes Linda”, le dije. “No es nada, sólo que Michael me dijo un chiste, mentí
descaradamente” y yo hemos tenido un rato agradable. Sal un
momento conmigo y te lo cuento. Linda salió de la habitación un tanto aturdida, diciendo en inglés: “You spaniards
are kind of crazy….”.
Ya más serios, antes de despedirnos aquel día, Michael
me dijo: “Gracias,
doc, es la primera vez que me rio así en varios años. Lo necesitaba
como el aire que respiro”. Y nos despedimos hasta una nueva revisión en 3 meses.
Tres
meses después, estaba impaciente con ver de nuevo a Michael. Entré en la
habitación con decisión y allí estaba él. No contaré nuestra conversación, ni
el contenido de la visita, ni otros detalles. Me sobra describir lo que vi los
primeros 10 segundos. Michael estaba cuidadosamente afeitado, con una camisa
limpia y muy vistosa, un gallato nuevo y más estiloso, numerosos kilos de
menos, y una expresión de vitalidad en su rostro que me lleno de satisfacción.
Sólo os diré la primera frase que me dijo. “Doc, I feel I am a new person….”.
2 comentarios:
Qué bonito que aún el médico pueda transmitir alegría y esperanza a sus pacientes, una risa ha curado mucho más que una lista compleja de fármacos, una historia muy tierna y significativa :)
Simplemente genial
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