domingo, 13 de abril de 2014

SOBRE CRISTIANO RONALDO Y EL SER COQUETA HASTA LA MUERTE.

Fue un fin de semana digamos que rebosante de latinidad. Cosas de Claudia, una inquieta mujer colombiana que trabaja incansable por los latinos en mi hospital (ver foto dirigiendo al personal). Siempre me lía para hacer actividades en favor de esta comunidad. Y la verdad es que acepto con gusto. El sábado fui a Raleigh dar una charla en una reunión de apoyo a la mujer latina en USA. Fue un experiencia muy enriquecedora. Fue inspirador conocer de primera mano tanta fuerza, dignidad y energía como la que tiene la mujer hispana en este país. Simplemente les recordé que además hay que tener tiempo y fuerza para cuidar su salud, algo que en ocasiones es difícil de conseguir en sus circunstancias. Al día siguiente, el domingo, me tocó hacer de galeno y dar consejos de salud, por lo general sobre la dieta sana, a los latinos con mayor dificultades de conseguir cobertura médica, que por desgracia son demasiados.


Tras un rato de bicicleta y cámara en mano para retratar los primeros pétalos de la temporada, y un ligero pero sabroso sandwich, cogí mi coche y me dirigí a la 15-501, una amplia vía que lleva a la Iglesia de St. Thomas, donde cada año mi hospital de UNC organiza una tarde de salud gratuita a los latinos que por allí merodean. Cada año hay más voluntarios, más actividades, mejor organización. Es reconfortante ver tantos jóvenes americanos interesados por el idioma español y que acuden como voluntarios a ayudar a la gente latina. Medición de colesterol, glucemia, tensión arterial…y hasta dentista había este año. Y muchos stands de ONGs que trabajan por el bienestar y salud de los latinos. Un lujo respirar un ambiente de solidaridad y generosidad en medio de un mundo que en demasiadas ocasiones se rige por el individualismo y sólo se motiva por la ganancia económica.

Este año iba un poquito más preparado, aunque realmente no necesito demasiado. Solo me equipé de un estetoscopio anudado en el cuello, que ayudaba a dar una apariencia más creíble de médico, una pequeña mesa con un par de sillas a modo de sencilla consulta, y unas cuantas dietas escritas que me había preparado. Asimismo me hice unas fichas para apuntar consejos médicos y unos cuantos datos del paciente. Tras saludar a colegas, amigos y conocidos y sonreir a muchos de los niños que acudieron con sus padres, me senté expectante a la espera de que se presentaran a la mesa los mexicanos, salvadoreños, peruanos y demás que poblaban la extensa habitación con los susodichos sobrepeso, diabetes, hipertensión….y demás males de la vida sedentaria y de la digamos que subóptima dieta que alimenta el estómago de mis lugareños (ver foto del evento).

Para mi sorpresa, el primer latino que acudió a mi mesa era Juan, un rollizo niño de 11 años cuya generosa anatomía le hacía deambular tambaleándose con cierta gracia. “Vengo pues mi madre, que está aquí detrás, dice que me debería poner a dieta”, espetó con cierta vergüenza el mocete. Aunque no soy pediatra, me hizo ilusión poder dar consejos de salud a un niño, pues puedes influir mucho la vida de una persona. Y las cifras de diabetes precoz en adolescentes latinos en USA son alarmantes. Me decidí a empezar a empatizar con el chaval preguntándole si era del Madrid o del Barça o si era de Cristiano Ronaldo o de Messi, que viene a ser lo mismo (no hay niño latino que no sea de uno de estos dos equipos), cuando se me ocurrió mirar de reojo a la madre. Rápidamente me percaté que si el niño era rollizo, la madre tenía un sobrepeso muy significativo. Como el que no quiere, le comenté a la madre: “estaría bien que te sentaras también y escucharas mi conversación con tu niño, pues esto de comer de manera saludable es un cuestión por le general de dinámica familiar”. “Sí me siento”, me dijo la ruborizada progenitora. Y así de manera relajada pero asertiva le pregunté a los dos en que se basaba su dieta habitual. A saber: 3 muffins de desayuno, generoso helado de merienda y cena, pizza para almuerzo y chips, hamburgesas y Coca-Cola para cenar, eso sin sin contar el menú económico de Wendy´s que gustan saborear a menudo…WOW, me dije. Hay que cambiar muchas cosas, reflexioné. Y tras intentar mentalizar a su madre y el retoño de los peligros de la obesidad y de los beneficios de hacer una vida saludable, les escribí con paciencia la base de una dieta sana y de una vida saludable. Mientras la madre asentía con frecuencia a mis indicaciones, el niño tan sólo miraba absorto mi bolígrafo mientras yo escribía mis consejos. Tenía una mirada entre perdida y desengañada. Era obvio que no había tocado la fibra del nano. Que no lo había inspirado en absoluto. No tengo costumbre de hablar de esto con ellos y se notó mi inexperiencia. Frustado, le dije a la madre que ya estaba, que me dejara un segundo con su niño. Y es que, muy a mi pesar, Juan era un absoluto fan de Cristiano Ronaldo, del que incluso decía que era un gran tipo (¿?). De repente, le dije. ¨tú has visto cómo corre Cristiano ? Es una bestia, no ? Pues lo hace porque come exactamente como le he dicho a tu madre. Tú de qué juegas en tu equipo ?” “De portero”, me dijo con aire de resignación. “Y no te gustaría ser jugador de campo”, le espeté ? “No me dejan mis amigos”, me dijo bajando la mirada y con cara de evidente tristeza. “Y te gustaría ser capaz de correr como Cristiano y jugar de delantero ?”, le requerí. “Ufffff”……me dijo mientras sus pupilas se dilataban y sus ojos brillaban con fuerza. Pues si en vez de comer esas cosas empiezas con ensaladas y comes lo que os he escrito pronto correrás como Cristiano y jugarás de delantero en tu equipo. Lo más gracioso es que, con aire decidido, Juan se levantó de un salto, se giró hacia su madre, le cogió de la mano, y sin despedirse de mí se alejó tirando de su madre con una expresión decidida que me llenó de satisfacción…

Las dos horas siguientes fue un poco de lo mismo. Hombres, mujeres, familias enteras con vida sedentaria y con problemas precoces de salud. Me fue bien, creo yo, escribir una dieta con mi puño y letra adaptada a las maldades que ellos me confesaban. A todos les decía: pega esto en tu nevera y lo lees de vez en cuando. Tras un buen rato, ya estaba exhausto y decidí tomar un descansillo. Tras casi un cuarto de hora de charlar con la interesante gente que allí estaba, uno de los estudiantes voluntarios me avisó que ya había una señora esperando. Y me dirigí rápidamente a mi papateril consulta a proseguir mis sermones sobre la vida saludable.

Al llegar a la mesa allí estaba ella, Asunción, una elegante anciana colombiana que posaba con salero sobre una de las sillas de mi improvisada consulta. “Hola señora”, la saludé con una incipiente sonrisa. “Hola doctor”, respondió. “Qué le trae aquí ?”, pregunté. “Pues que me han mirado la presión arterial, y la tengo a 160/100”, comentó. “Esto hay que arreglarlo cuanto antes”, le propuse. “Vamos a repasar un poco la salud y la vida que hace”, espeté. Y me apresuré a hacer una breve historia clínica que incluía edad, peso, antecedentes médicos y medicación. Y es que Asunción era mujer ya entrada en la década de los 70, al menos en su mitad, con una cara curtida por el sol y las penas, pero que dejaba entrever una belleza superlativa. Además, como buena colombiana, Asunción era una mujer estilosa, grácil, coqueta y femenina, con una voz ya quebrantada por la edad pero que no había perdido ese acento acaramelado y seductor que hace a sus compatriotas tan especiales. “Bueno, Asunción, vamos a repasar un poco las cosas de su salud”. Tengo aquí una ficha que debo rellenar. “Qué edad tienes usted ?” pregunté con fines médicos y de manera inocente. De repente, Asunción dio un suspiro de sorpresa e incredulidad. Era obvio que no le había gustado la pregunta sobre su edad, a pesar de que se la hacía en el contexto de un acto médico y que las demás personas no estaban merodeando y nadie más nos estaba escuchando. Los siguientes 8 segundos, que me parecieron una eternidad, jamás los olvidaré. Describiré de manera somera lo que ocurrió, por estricto orden, en dichos 8 segundos. Asunción giró su cuello y miró durante los primeros 2 segundos al techo, al percatarse que yo seguía esperando una respuesta que no llegaba. Durante los siguientes dos segundos, y de manera progresiva, Asunción fue bajando la cabeza, dirigiendo la mirada de manera furtiva hacia mis ojos, y sin pestañear espetó: 59. Nuestras miradas se cruzaron una milimésima de segundo, porque no conozco una unidad de tiempo menor. De manera sincrónica y con un mimetismo que me llegó a sorprender, yo giré en los siguientes 2 segundos mi cara hacia el papel, como continuidad del movimiento asertivo de Asunción. Nos habíamos sincronizado, ella bajando la mirada del techo a mi, y yo justo después desplazándola de ella al papel. Tras apuntar atónito en el papel el número 59 diligentemente, miré en el octavo segundo de nuevo a Asunción, que suspiró de nuevo al comprobar que había escrito el número 59 en la casilla de su edad sin signo alguno de incredulidad ni reprobación. El resto de la conversación fue mucho menos interesante, con Asunción contándome sus problemas de salud, así como recibiendo mis consejos, con una extrema naturalidad….

Siempre digo que cuando realizo una actividad para los latinos, me llevo de ellos mucho más de lo que yo fui capaz de darles. Esta vez no fue una excepción. Además de su sonrisas, cariño, complicidad y agradecimiento, en esta ocasión me lleve en la mochila un par de anécdotas con las que inspirar este sencillo relato.

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