miércoles, 24 de febrero de 2010

La madre de Tiger (Comentario de foto de actualidad #4)

La semana pasada, Tiger Woods dio una esperada rueda de prensa ante una reducida audiencia. Por una parte, pidió disculpas sobre su conducta por todos sabida y que ha sido fuente de una gran cantidad de comentarios de todo tipo por la prensa y la opinión pública. Por otra parte, aclaró ciertos puntos que consideraba clave como la ausencia de violencia doméstica o la petición de que los paparazzi no sigan al colegio a su niña de 2 años. Por último, confesó que está en el incio de una terapia para superar los problemas y que necesita más tiempo para poder aunar de una manera armónica su vida profesional y espiritual.

Tengo tan sólo 3 comentarios simples a esta noticia:

1. Me parece loable y muy ilustrativo cuando alguien acepta sus errores en público, no echa la culpa de sus debilidades o errores a los demás y además muestra hechos inequívocos que está intentando reparar su daño y trabajar para que no vuelva a ocurrir. Por lo general, los mortales hacemos exactamente lo contrario cuanto cometemos errores.

2. La actitud de Tiger, compungido pero con fortaleza, arrepentido pero comprometido con la reparación de su daño, y con signos claros de asertividad ante los abusos de la prensa con su familia, me han seducido más que sus 14 grand slams.

3. Me quedo con el beso de su madre, que cuando todo parece que se hunde en la vida, siempre acaba estando a tu lado.

Adendum: las personas modélicas no son las que no fallan, sino que aceptan sus errores, los reconocen sin machacarse, y se ponen manos a la obra para mejorar.....

jueves, 18 de febrero de 2010

De vuelta con una historia corta


El MOMENTO DECISIVO

Ya me había avisado un compañero del carril bici: van a por nosotros. Hay una nueva ordenanza del Ayuntamiento en la que se encomienda a la Guardia Urbana a poner coto a la anarquía de los ciclistas y a sus prácticas intimidatorias e inseguras. Multas de hasta 300 € por ir con los auriculares oyendo música, me espetó días atrás un atemorizado ciclista !! Para ser sincero, yo ni caso. Tanto cuando uso el sistema público -Bicing- o cuando pedaleo mi bici personal comprada años atrás, para variar, en Decathlon, viajo por Barcelona cual dueño y señor del asfalto. Giros a contrapie, velocidad excesiva, cambios de dirección caprichosos, subidas por doquier a la acera amedentrando a los pacíficos transeuntes….y un sinfin de barbaridades poco edificantes (espero, por cierto, que mi madre no lea este relato). Estas burdas maniobras suelen ir aderezadas por la música bananera de mi iPhone, que contribuye sin duda a mantener la adrenalina a unos niveles digamos que estimulantes. Cuando me levanto muy pronto por la mañana y voy en bici al trabajo, algo así como a las 7 en punto, todas estas irregularidades adquieren un tinte un tanto suicida. Y es que estos registros me ponen, que le voy a hacer……..me tonifican los músculos y me enchufan las neuronas de una manera adictiva.

Hace dos martes, sin ir más lejos, experimenté una de esas carreras matutinas a las que me refiero. Había ido al lecho la noche anterior antes de acabar el Telediario de las 9, una práctica cada vez más habitual cuando mis reservas se agotan. Desperté con los panaderos, sobre las 5 y media. Tras más de media hora regodeando en mi lecho, abrí la ventana y comprobé que la madrugada era fresca, clara y que la ciudad yacía todavía tranquila. Voy p’allá, me dije. Tras una ducha exprés y enchufarme, como de costumbre, una ropa mal combinada pero cómoda, cogí los guantes, las llaves y el iPhone y me dirigí a la parada más cerca del Bicing, que estaba repleta de bicicletas deseosas de ser liberadas. Acerqué mi cartera a la banda magnética: coja la bici número 8, rezó la pantalla. Separé la bici de su palo opresor, comprobé que estaban en su sitio los componentes esenciales, ruedas incluidas, alcé el sillín con cierta sorna, y me senté en el desgastado prototipo. Los primeros 10 segundos de pedalear una nueva bici del sistema público son excitantes. Te puede pasar de todo. Si yo os contara. Pero esta vez la bici era de categoría. Frenos suaves y precisos, ruedas con una presión más que aceptable y un sillín robusto que no me destrozó el periné con los primeros cambios de posición. Vaya lujo de bici me ha tocado hoy, pensé.

Animado sin duda por la excelencia mecánica de mi prototipo y el frenético ritmo y volumen de la música que elegí para la ocasión, salí como una moto camino a mi templo de la salud -el curro- para ser más exactos. Tras pedalear alegremente unas cuantas manzanas por el solitario Paralelo, giré a la izquierda hacia la Calle Urgell como de costumbre. La mañana era oscura pero con un aire noble y fresco. Subí raudo por dicha calle pedaleando a todo meter cual contrarreloj del Tour. A veces me da por ahí. Al llegar a la Gran Vía, hice una maniobra extraña e inesperada. No fue una decisión racional ni meditada, sino un giro compulsivo. Sin percatarme, estaba pedaleando atrapado en medio de la enorme avenida, como un valiente, con coches a diestro y siniestro. Uff……, me dije. Aquí me he colado. A ver cómo salgo de ésta. Súbitamente, los coches a mi vera empezaron a aminorar su marcha ante la llegada de una luz roja. Vi entonces una buena oportunidad de deshacer el entuerto. Cuando los coches se detengan, zigzaguearé por sus veras y saldré raudo de la maldita avenida……

Sin prisa pero sin pausa, me dispuse a llevar a cabo la citada estrategia. Había una docena de coches que yacía inmóviles sobre las líneas desgastadas del paso de cebra. Los miré de reojo y empecé a sortearlos con una velocidad y pericia nada desdeñables. Era divertido pasar los manillares de la bicicleta a dos dedos de la carrocería de los coches, con una precisión casi suiza. Y así lo hice hasta que atisbé la última pareja de coches, justo en la proximidad del semáforo. De repente, me percaté de una dificultad inesperada. Ambos coches estaban realmente pegados, dejando un hueco muy estrecho, a todas luces insuficiente para el paso de una pesada bicicleta aderezada por los codos del ciclista. Podía haber frenado y haber girado antes de llegar a dichos coches. Parecía una decisión más sensata y racional. Pero no estaba yo para decisiones ponderadas. Encima de una bici no es mi estilo. Y así, inconsciente, proseguí a toda pastilla entre los dos vehículos, tras una inspiración profunda y mantenida. Como era previsible, la cosa no funcionó. Mi codo izquierdo golpeó secamente el retrovisor del coche de la izquierda mientras la música del iPOD sonaba más intensa que nunca, como anunciando el momento álgido que se avecinaba. El ruido del retrovisor indicaba sin duda que se había salido de su casilla y colgaba indefenso de unos débiles cables. Frené en seco y comprobé mis sospechas sobre el desdichado espejillo. Bailaba alegre sobre la blanca pintura del vehículo……

Diez centímetros a la derecha del espejo bailarín, varias letras impregnaron mi retina: “GUARDIA URBANA”. Opppss. Acababa de destrozar el retrovisor de un coche de la poli, en medio de una avenida, con los cascos de música puestos, y en un claro intento de pasarme por el forro un semáforo en rojo. Casi nada. Los siguientes dos segundos eran pues clave para saber las consecuencias de mi irresponsable acto. Cómo iban a reaccionar los polis ? Se enojarían sobremanera y me impondrían una multa ejemplar ? Me caería una reprimenda ? Sería posible que mi reacción al dirigirme a ellos influyera en mi castigo ? Tenía dos segundos para averiguarlo. El momento decisivo.

En cuestión de milisegundos, toda la experiencia e intuición de mi persona se pusieron al servicio de mi destino. La secuencia de hechos fue la que sigue: apreté fuerte el manillar con mi mano izquierda, separé la mano derecha de la bici, la dirigí hacia mi cabeza y me santigüé a la velocidad del rayo tres veces seguidas en uno de los actos motores más rápidos que he ejecutado en mi vida mientras observaba a los dos polis con cara de cordero degollado. Miré fijamente a los dos garantes de la ley, que me escrutaban absortos con un aire de sorpresa e incredulidad evidentes. Viendo su falta de reacción, y sabiendo que el siguiente segundo era clave para mi denevir, realizé una maniobra que resultó a la postre definitiva. Mirándolos fijamente a los ojos, ejercienciendo toda la fuerza empática de la que mi persona es capaz, empecé a reirme a moco tendido. Esta extraña reacción fue consecuencia de un estado mental medio cómico medio atemorizado. La psique tiene estas cosas. Mi espontánea hilaridad tuvo un efecto inmediato sobre los agentes: al unísono, empezaron a despelotarse (perdón por la expresión, pero es la más adecuada). Mientras reían a moco tendido, el agente más cercano al retrovisor abrió tímidamente la ventanilla y me espetó: vaya personaje que estás hecho !! vete y sal enseguida de la avenida, antes de que te caiga una gorda !! En esos momentos, y ante el temor que cambiaran de opinión, agarré con fuerza el manillar, tensé los músculos de las piernas y salí pedaleando despavorido del lugar del crimen mientras alzaba mi mano derecha en un gesto de infinito agradecimiento……