Una vez aprobada la Tesis y tras el pertinente aplauso emocionado, me dirigí como de costumbre a la familia del doctorando para felicitarla. Ni un nacimiento, ni una boda, ni nada. La satisfacción de la madre ante la Tesis de su niño no tiene parangón. Si has sido amable en tu turno de preguntas, algo que suelo cuidar en mis intervenciones, te conviertes en un benefactor y un ídolo para la familia. En esta ocasión intenté dar la mano a la madre, pero ella se abalanzó a besar mis mejillas con signos de amor infinito. Además, le espeté: su niño parace muy buen chico. Aquello suposo un chute de orgullo materno de considerables dimensiones. Y es que era verdad, caray...el chaval parecía que se vestía por los pies, y eso es algo que se capta en una Tesis. En fin, tras despedirme de la emocionada familia, me dirigí como es costumbre con los otros miembros del Tribunal a la deseada comida "de trabajo". En el caso del País Vasco, las expectativas culinarias suelen ser muy altas, pues es bien conocido su pericia para alimentar estómagos. Y vaya si no me defraudaron. Unos entrantes exquisitos y variados, taquitos de salmón con salsa verde, y una chuleta en su punto regada con un Rioja de bandera. Uff....Vaya comilona. Como suele pasarme cuando el camarero llena mi copa de vino con destreza y solicitud, suelo acabar algo tocado de mis esferas cerebrales más básicas. Cuando pensé que la cosa no llegaría a más, el camarero llegó con una botella helada de licor de hierbas y la depositó a un palmo de mis narices. Y así acabé. Gracias a que todavía requiero una muleta para andar pude mantener mi equilibrio y mi dignidad camino al aeropuerto. Para ser sincero, reconoceré que iba cocidito. Mi estado lamentable me ayudó a sobrellevar el viaje. De hecho, me deperté pensando que estábamos despegando y en relidad era el aterrizaje. Qué bien, pensé.....
Tras ir a mi oficina a trabajar un par de horas, cogí un taxi y llegué a casa bien entrada la noche con un aspecto recuperado y un aliento que apenas delataba signos de la opípara comida. Tras ver una interesante película de vídeo, me puse una camiseta trapera que gané años atrás en la Volta a Pau en Valencia y me metí en la cama. Mis piernas estaban doloridas y mi cabeza estaba quejosa de tanta marcha. De repente, sonó con fuerza el teléfono. Vaya horas, pensé. Será algún familiar americano que no se ha percatado del cambio horario. Hola, soy Patricia, respondió una voz femenina en medio del alborozo de un bar. Eres Ramón?, preguntó. He encontrado tu cartera en un taxi y tengo todos tus documentos, tarjetas de crédito, etc...Vaya tela, pensé. Estamos cenando aquí en el Born y nos queda el postre, comentó Patricia. Ahora mismo voy, dije. Raudo, me puse una gabardina sobre mi camiseta deshilachada y corrí a la calle a coger un Taxi dirección al Born. Entré nervioso al restaurante, que era por otra parte de un diseño cuidado y vistoso. ¿ Qué desea ?, me dijo una camarera. Estoy buscando......a, ¿ usted es el de la cartera, no? En pocos seguntos allí estaba yo, frente a una amplia mesa donde charlaban aleg
1 comentario:
Los que te conocemos somos capaces de imaginar, con bastante acierto, la expresión de tu cara y el gesto para cada una de las peripecias de lo que nos relatas.
Es como si te viera en directo: en el Tribunal de la tesis, escudriñando la psique del doctorando y su madre; en tu vuelo de vuelta con las peculiares circunstancias que lo envuelven para que se hiciera tan corto; Y, el remate final, en la recogida de la cartera, a la tantas, confraternizando con toda la peña.
Genial es poco ¿Será este tu mejor relato?
Josep Maria
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