viernes, 14 de octubre de 2011

AMOR LATINO

Ocurrió hace unas cuantas semanas. El día exacto no lo recuerdo. El verano había sido corto pero intenso. Fotos, bici, mar, familia, y más bici. Volví a Barcelona con la forma afinada. Suele ocurrirme por esas fechas. Y cuando me siento en forma, subir Montjuic con mi mountain bike se convierte en una obligación. Suelo hacerlo a las horas extremas del día, cuando la montaña yace solitaria y me pertenece. Sin estridencias, sin coches, sin humo. Sólo las rampas, el sudor y un servidor. En las últimas ocasiones, estaba siguiendo un ritual de entrenamiento. Consistía en dar 5 vueltas a un pequeño circuito por Poble Sec para calentar las piernas. Cada vuelta son 4 minutos de reloj, valga la redundancia. Las hago a ritmo contante pero cansino, sin excederme. Tras la quinta vuelta me lanzo a buscar mis límites hacia el Castell de Montjuic, y siempre los encuentro en forma de jadeo y un molesto ácido láctico.


Esa noche había llegado a casa como siempre: vacío después de una larga jornada. Me dejé caer en el sillón con un suspiro de satisfacción. A los pocos minutos, me dispuse a comer una ensalada regada por abundante vinagre de Módena. Mientras agonizaba el Telediario de las 9 con las sempiternas noticias de la crisis financiera y un par de bravuconadas de Mourinho, mi mente se embarcó en una reparadora siestecilla de apenas 20 minutos, suficientes para eliminar unas toxinas y un par de malos recuerdos. Al cabo de un buen rato, rozando las 11 de la noche, mis piernas estaban sedientas de marcha. Como de costumbre, me calcé mi atuendo ciclista y unos cascos y subí a mi bici, algo polvorienta pero bien engrasada. Tras estirar los muslos y trampear el primer semáforo en rojo del Paralelo, allí estaba yo, empezando la primera de las 5 vueltas al minicircuito de calentamiento. En un acto premonitorio, mi iPhone eligió al azar una canción de Buenavista Social Club. Con los acordes de un sabroso ritmo cubano, me adentré en la noche barcelonesa.


Mientras calentaba mis entumecidos músculos al son de la melodía de Chan Chan por la calle Lleida, me percaté que la noche era cerrada y la ciudad estaba serena y solitaria. A mitad de la calle, los únicos seres vivos que pude esbozar eran dos adolescentes, de inequívoco origen latino, que paseaban absortos con signos de estar mariposeando. Miraditas de él, golpecitos de ella, y una evidente tensión romántica entre los dos. Qué tierno, pensé mientras giraba a la izquierda. Es bonito ir seduciendo a la otra persona poco a poco, ir rompiendo las barreras y ganar su confianza con alguna que otra dificultad. Siempre he pensado que, bien mirado, es una época genial que los chavales de hoy en día se pierden. En la sociedad de lo inmediato, me da la impresión que la duración del cortejo se ha reducido en exceso. “Aquí te pillo, aquí te mato”, parece la máxima de los jóvenes actuales. Parece que sólo los latinos son capaces de tontear como lo hacía estos adolescentes, enlenteciendo las horas del reloj como reza el bolero…..meditaba con claras dosis de candidez. No, si tenemos mucho que aprender de ellos, concluí mientras me dirigía a iniciar la segunda vuelta.


Tras pedalear de nuevo por las primeras rampas de la calle Lleida, atisbé de nuevo a los pavos cada vez más acaramelados. Esta vez se cruzaron nuestras miradas. Medio segundo únicamente. Lo suficiente para que mi curiosidad desnudara sus ojos enardecidos. Sí, la cosa había progresado. Ya no habían empujoncitos. Ya iban de la mano como dos novios oficiales, sin ambages. Vaya, veo que el cortejo sigue su curso, me decía mientras giraba de nuevo con brío.


Mientras pensaba para mis adentros que era un poco inocente de pensar que los jóvenes latinos van a un ritmo acompasado en sus quehaceres románticos, estaba ya a punto de girar para mi tercera vuelta a mi circuito. He de reconocer que me asaltó una insana curiosidad. Cómo estarán ahora los tortolitos ? me pregunté mientras apretaba el ritmo. No se veía ya a los jóvenes en la acera derecha. Deben haberse marchado, especulé al ritmo de un pedaleo cada vez más vivo. Ante mi sorpresa, estaban sentados, uno al lado del otro, en una solitaria parada de autobús, con apenas dos milímetros entre los dos tiernos cuerpos que rezumaban pasión latina. Nos miramos de reojo mientras la chica, adornada por una preciosa melena azabache, me miró con cierta sorna. Vaya, sí que se anima el asunto, pensé mientras atravesaba con celeridad las blancas líneas del paso de cebra.


Para qué negarlo. La situación era divertida, inesperada, y refrescante. Como esto siga así, dará para una historia corta, pensé atinadamente. La cuarta vuelta fue a la postre definitiva. La contaré de manera rápida pues me da cierto rubor recordarla. Tras recorrer 150 metros de la calle Lleida, giré el cuello de forma automática a mi derecha y allí estaban los dos pavos, uno sentado sobre el otro, fundidos en un beso interminable sobre el desgastado asiento de la parada del autobús. Me pareció observar que se apretaban de forma asfixiante, pero como a lo postre respiraban, no debía ser para tanto. Lo que sí recuerdo diáfanamente es que el chaval, cuya cara daba a la calzada por donde yo merodeaba, me lanzó una mirada orgullosa cual guerrero ganador…….


Esbocé una respuesta de complicidad mientras me dirigí directamente a las rampas de Montjuic. Hoy no habrá quinta vuelta, decidí sabiamente. Con 4 ya tengo bastante hoy. La quinta vuelta no aportará nada nuevo. Ya me queda claro que, en Barcelona, el amor latino ya se ha globalizado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Globalizado o no, si creo que los latinos sienten con más " manifiesta calentura", (vease a ellas que lucen exuberantes sus formas, bajo la ropa ceñida).
Recibe mis saludos desde Barcelona.

Estela dijo...

jejeje..... que historia más chula!!! la he seguido con intriga hasta el final. Menos mal que no distes la segunda vuelta porque mi comentario hubiera sido más sarcástico jejejeje.... yo prefiero ver a una pareja amándose que no pegándose de ostias..... lo siento pero hoy me toca ser un poco bruta...jejeje

Un beso ^.^

Cristina. dijo...

pensé que en tu última vuelta te iban a hacer n corte de mangas o algo así, por cotilla.Muy bonita la historia,para el poquito tiempo que tenía la he leído hasta el final. No sé si los latinos dedican más al cortejo o no,lo que si es verdad es que en general ahora tenemos demasiada prisa para todo.Con lo bonito que es comerse con los ojos...